[DOLOR Y GLORIA (2019) - PEDRO ALMODÓVAR By: Santiago Rodríguez Cárdenas.
“Heme tendido en esta cama; hace cuánto no lo sé, pues he perdido el apetito y nunca duermo, y afuera hacen unos días oscuros y calientes, como si la ciudad estuviera próxima a la peste; no veo que nada se mueva, a excepción del viento y del polvo que trae el viento. Pero los árboles ni se mecen. El empapelado de las paredes, tan desteñido, me recuerda antiguos veranos. No digo que no haya salido, pues recorrí las calles de esta ciudad que ya no reconozco, o digo: que casi ya no reconozco, porque las cuatro manzanas que aún confluyen en la esquina de Mónaco, y las montañas imperturbables siguen siendo para mí referencias. Lo que pasa es que la última vez que llegué a este cuarto (en el viejo edificio donde funcionaba la Alianza Francesa) agitado con tantos recuerdos, tan desordenados como dolorosos, o más bien: dolorosos por lo desordenados, que creo que ahora ya no salgo, es un dolor de adentro que no cesa; entonces me he impuesto la urgencia de encontrarles una sucesión, una armonía, que no digamos justifique mi estado actual, pero que al menos neutralice tanto potencial, tanta capacidad de herirme”. Lo anterior es una cita de Angelitos Empantanados, uno de los primeros acercamientos que mi infancia tuvo con la literatura y que me llevó al temprano descubrimiento de la innegable fascinación que me provocan los personajes perdidos, los universos desahuciados y el inexplicable sufrimiento que causa la existencia misma. Dolor y gloria, la última película de Pedro Almodóvar, en los primeros minutos de proyección ya había logrado trasladarme a aquellas sensaciones fascinantes y ambiguas encontradas en Noches Blancas de Dostoievski, Aura o las violetas de Vargas Vila, Mi cuerpo es una celda también de Caicedo e incluso el grabado de Goya titulado El sueño de la razón produce monstruos. Todos, protagonizados por personajes reflexivos, estancados, inmóviles, hundidos, rotos o cristalizados, sumergidos en decadencias identificables y otras enigmáticas que aparecieron en mi cabeza al tener contacto con la película. Ya en las primeras imágenes, Almodóvar nos prepara para lo que veremos en los siguientes 108 minutos de película: un hombre cautivo bajo la presión del agua, suspendido, inmóvil, aguantando la respiración en un estado inactivo que podría llevarlo a tocar la fibras de la muerte, para luego salir a tomar un gran respiro, convirtiendo la secuencia en una alegoría de la historia misma y una metáfora del estado de Salvador Mallo – su protagonista- un hombre suspendido en la resistencia de lo descompuesto, lo dislocado y en un sin sentido del hacer.
“La vida me disgusta como una medicina inútil, y es entonces cuando siento con visiones claras lo fácil que sería alejarse de este tedio, si tuviera la simple fuerza de querer alejarlo de verdad”
Esta cita, encontrada en uno de los libros leídos por Salvador, parece construir una noción que nos habla de aquellos demonios que nos habitan y que habitamos, y que sin darnos cuenta terminamos abrazando, los dolores que por más que nos atormentan no queremos soltar, las bestias que hacemos nuestras, que consentimos, subjetivisamos, les compramos un collar y domesticamos haciéndole campo en nuestra casa, los miedos alimentados por nosotros mismos -los dolientes- y a los cuales terminamos cogiéndoles cariño, porque dejar el sufrimiento, abandonar el dolor, por más extraño que parezca, también causa vacío. A pesar de la intimidad expuesta en el filme, Almodóvar no abandona la construcción de pequeñas situaciones que causan risas en la sala. Tal vez se trate de la manera de observar el mundo- el suyo- y de burlarse un poco en medio de todo de sí mismo, la sutil comedia que adorna el dolor se hace presente como una manera, tal vez, de evadirlo, de mirarlo y de convivir con él. Siempre he pensado que el cine o cualquier ejercicio creativo se convierte en un boomerang que tarde o temprano termina devolviéndose. Lo que decimos del otro habla más de nosotros mismos que de aquello de lo que creemos hablar. El cine muchas veces se convierte, entonces, en la expresión del dolor a través del otro, el encubrimiento de lo propio tras el velo de la ficción, pero esconder es quizá la mejor manera de mostrar, el inconsciente, lo que nos atañe.
En Dolor y Gloria, esta idea parece hacerse evidente gracias al carácter autobiográfico que inspira la película, donde la exposición nos atropella de frente y se convierte en un dialogo introspectivo donde la película dialoga con su realizador, desplegando las anécdotas que se nos comparten: el reencuentro con un antiguo amor, las profundas conversaciones con su madre, los mundos que ha habitado y que carga a sus espaldas, la poca motivación por reconectarse con lo que se fue, e incluso, los dolores físicos de un cuerpo que somatiza los dolores del alma. La película de Almodóvar parece terminar con una vuelta al ruedo, una NO escapatoria, donde la única “salida” es vivir, es hacer, movilizarse hacia algún lugar sin remedio, coexistir con el horror y hacer algo con ello, hacer películas quizá, como lo hace Salvador, como lo hace Almodóvar.
Commentaires